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viernes, 6 de septiembre de 2013

Los pantxitos colombianos de Itziar (I)

Sabemos que no es fácil organizarse y menos cuando hay que hacer una quedada entre muchas personas, pero bien se sabe que "querer" es "poder" y después de muchos inconvenientes: "es que no podemos", "¿y el paro qué?, "tenemos salida al campo"; este fin de semana hemos conseguido reunirnos todos los pantxintos de Itziar en Salento, un pueblo del eje cafetero de Quindío.

Lo del nombre de "pantxitos" viene de la coordinadora del programa Juventud Vasca Cooperante, que se llama Itziar y nos dejo bien clarito que todos somos unos pantxitos cuando viajamos fuera: "No os confundáis, que sois mis pantxitos". Y tiene toda la razón, porque cuidar y aguantar la guerra que damos los 86 voluntarios esparcidos en el mundo durante las 24 horas de todo el verano no es tarea fácil, ¡aupa Itziar! En Colombia tiene ocho pantxitos: 1 en Bucaramanga, 1 en Pereira, 4 en Medellín y los dos pelados de Buga (menda y lerenda), que han decidido juntarse para pasar un fin de semana en familia y despreocupar a la coordinadora, o ¿ preocuparla más?. ¡Vamos a verlo! 

El viaje empezó ya con una sorpresa desde que llegamos a la terminal de buses el viernes por la mañana, compramos el pasaje y nos dirigimos al andén para tener localizado el bus (que resulto ser una furgoneta). La intención era desayunar antes de montarnos, pero la azafata nos dijo que subiéramos por favor, porque iba a partir en breves. Bueno pues la cuestión es que salimos 20 minutos antes de lo que el tiquet marcaba y sin desayunar claro. El lado bueno era que ya estábamos en camino hacia Armenia.

¡Chófer, que por aquí no es!

Llegamos a Armenia con hipotermia y mucha hambre, hasta las tripas nos rugían. El trayecto duró una hora y media aproximadamente y ¡sí!, la verdad es que teníamos tiempo para dormir y engañar al cuerpo, pero resulta que la "bachata" no es el mejor ritmo para dormirse. Lo principal era desayunar, así que retrasamos la búsqueda de la buseta que nos llevaría a Salento. El menú básicamente se redujo a un cruasán relleno de queso para la señorita y un buñuelo  para el señor, acompañado de un exquisito jugo de lulo para cada uno.

Despistate, (jijiji) que ya te cuido yo el cruasán... 
Después de amansar a la bestia, retomamos la tarea de encontrar la buseta. Dos minutos más tarde estábamos en marca hacia Salento puesto que el conductor decidió que 6 pasajeros (incluidos nosotros) eramos más que suficientes para partir. La razón de tal acto lo descubrimos cinco minutos más tarde cuando empezó a parar en todas partes, no hubo calle que se le resistiera!. Por eso tardamos algo más de 20 minutos en solo salir de Armenia. ¡Vaya odisea! El lado positivo es que conocimos algunas calles de la ciudad sin caminar las mil cuestas que tiene.

¡Voy a parar aquí también!
En algo menos de una hora llegamos a Salento, ¡nuestro destino!. El plan era esperar a los demás pero como sabíamos que llegarían tarde decidimos aprovechar el día como buenos turistas. El primer paso era dejar las mochilas, es decir, buscar el hostal, pero hicimos una pausa para coger energía después de haber visto que no todos los lugareños conocían los nombres de los hostales. Era la excusa perfecta para re-desayunar como reyes, dos sándwiches de pollo y el producto estrella del eje cafetero, ¡dos tintos para los muchachos!

¡Venga, deja la cámara y come!

Despistada 2, pero esta vez protegiendo el café

La calle más viva de Salento y no solo por los colores

Una vez llenos preguntamos a la señora del bar y ella nos indicó dónde se encontraba el hostal "La casona". Nos dirigimos allí y conocimos al propietario, el señor Fernando que fue un excelente anfitrión durante toda nuestra estancia: "si necesitan jeep yo les consigo a bajo precio", "si pierden el bus les recojo", "si necesitan algo avísenme", "tomen los mapas para que no gasten en contratar un guía". En su momento no eramos conscientes de la suerte que tuvimos por contactar con este señor, pero poco a  poco fuimos conociéndole y os aseguro que es una maravillosa persona.

¿Dónde estamos?
Y eso de la aldea ¿qué es?
Nos explicó que nos iba a alojar en otro hostal que él poseía porque "La casona" no se había desocupado como estaba previsto, así que nos fuimos hacia "Los colibríes". Una casa azul y blanca que tiene como proyecto atraer a los colibríes mediante bebederos, de hay su nombre. Mientras tanto, nos informó sobre las cosas que tenía el pueblo: tienen la aldea de los artesanos que está muy chevere para ver, el mirador, el Valle Cocora... Así que nos decidimos por subir primero al mirador para ver Salento desde arriba. Cuatro bloques de escaleras hacían posible subir la montaña sin gran dificultad. El lugar era agradable (buenas vistas) hasta que un mosquito / araña / insecto no identificado decidió picarme duramente en el cuello para que no se me olvidaran los mosquitos de Buga. A pesar de todo reuní las fuerzas necesarias para aparecer sonriente en la foto.
¡Vaya sonrisa, maja!
Fernando nos recomendó especialmente ir a visitar la aldea de los artesanos y no es de extrañar porque es para nosotros lo mejor de Salento. El sitio tiene su historia como bien nos los explica Memo, un majisimo artesano que vive en la aldea. Os explico brevemente su historia: en los años 99 el eje cafetero sufrió un terremoto y Salento fue uno de los devastados. Entonces Japón donó dinero que debía destinarse a reconstruir la aldea con el fin de que los aldeanos la ocuparan. Las casas se construyeron, pero el Gobierno Colombiano no quiso entregarlas hasta que no tuvo más elección que hacerlo cuando los artesanos se asociaron como una institución y reclamaron lo que por derecho era de ellos. El lugar ha estado abandonado unos 10 años y hace cuatro años que los artesanos viven allí, entre ellos Memo y Claudia, que fueron nuestros guías en la aldea.

¿No hay nadie?... ¡Ah, si!

Buen día señor árbol, ¿cómo está?

Bien señora, ¡gracias!
Memo fue nuestro primer guía: "vengan, les voy a mostrar la aldea". Resulta que ellos viven de vender experiencias además de abalorios a muy buen precio. Quieren fomentar otro tipo de turismo y es por ello que organizar talleres o workshops: de cocina típica, de manualidades, trabajo con madera, botánica ... Pero es mejor que lo veáis con vuestros propios ojos.



Memo nos mostró con mucha amabilidad y pasión los lugares de trabajo y la huerta lúdica - productiva en la cual trabajan y organizan los talleres. La variedad vegetal era sorprendente, incluso aprendimos sobre frutas y plantas medicinales que consumimos y no sabíamos como eran sin procesar.

¿Talleres para atraer turistas? ¡que bueno!

Mira, la planta de lulo es peluda.
Cuando terminamos con el huerto nos encontramos con Claudía, otra artesana que vive en la aldea y que trabaja en la reserva que tienen allí mismo. Ella es la encargada de organizar la institución y de todo lo relacionado con las plantas por su sabiduría y pasión. Ella trabaja con los árboles y plantas para crear arquitecturas orgánicas dentro de la reserva. Planta, poda y manipula todo lo necesario para que el bosque crezca fructífero en variedad tanto para consumir como para procesar, siempre respetando el ritmo de la fauna. Por suerte nosotros pudimos aprender mucho de ella y de sus sueños, así como aprender que la vida da muchas vueltas y que las experiencias son vitales. Entre tanto pudimos ver algunas maravillas que el bosque protegía.

 Una mariposa con numero en las alas: 89

¡Sonríe!
¿Sabe que es esto? mmm, no...

¿Trabajaste en el IMCA? ¡si!

Después de pasar una hora y media con ellos, nos volvimos a la plaza de Salento. Había hambre otra vez, así que nos fuimos a comer algo. Además jugaba Colombia contra Ecuador cosa que hace paralizar a cualquier pueblo en Colombia. ¡Es impresionante la masa de forofos que mueve el fútbol en Colombia! Las únicas mesas libres eran las que estaban debajo de la televisión, es decir, de las que no se podía ver la tele en condiciones, cosa que no nos importo, y allí que nos sentamos para comer otro sándwich de pollo pero con besamel y champiñones!

Se nota que el partido no ha empezado todavía

Después de comer volvimos a "La casona" para hablar con Fernando y agradecerle la información por lo bien que lo pasamos en la aldea de los artesanos. Y mira por dónde que no ponemos a leer lo que está escrito en las paredes y aparece un mensaje ¡en euskera!. Es una tontería pero en el momento a mi por lo menos me hizo ilusión.

Estos vascos, ¡están en todas partes!

Allí es donde nos enteramos que a la noche iban a hacer una hoguera y que nos acercáramos a tomar parte con todos los demás huéspedes de la casa. Así que recogimos a la tropa que llego algo más tarde de lo previsto, los nutrimos con unas exquisitas tortillas de patata hechas por el chef del fin de semana (Ander, que es uno de los pantxitos que está en Medellín) y nos fuimos para la hoguera, donde pudimos conocer a gente de todo el mundo: de Chipre, Chile, Argentina, Francia, Colombia,... y entre ellos ¡un ex-camarero del Holy! (El Holy es un bar al que solemos ir a cenar casi todos los viernes porque ¡dan pan del bueno!)¡Bien por Charly!

¡Qué buen fotógrafo tenemos!







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