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viernes, 27 de septiembre de 2013

La caída de un mito

Hasta ahora cada vez que salíamos las cosas nos han ido saliendo bien ya sea por la gente que nos hemos encontrado (Fernando, Pipe, Andrés, artesanos de Salento), por los lugares (Salento, Cocora, Calima) o por los chollos (La Casona, Termas Tierra Viva). Esta vez las cosas no han salido bien. Que nadie se preocupe, esto solo va de personas, lugares y situaciones. Nada grave.

Ya desde que María y Carmen (dos compañeras que hicieron el voluntariado con nosotros en el IMCA) fueron y nos contaron lo maravilloso que era La Barra teníamos ese destino apuntado como fijo a visitar. Teniamos referencias de ellas, de Magalie y también algo sacado de internet. Ya el simple hecho de llegar es una miniodisea.

Desde Buga uno toma el autobús a Buenaventura (por cierto, ciudad cero recomendable para el turista) siguiendo una carretera en obras que hace que el viaje lo mismo dure 2 horas que 4 y nada más llegar empieza el acoso. Sin que uno haya salido siquiera del autobús ya le están gritando "tratando" de ayudarle. Era jueves y se notaba porque las hordas de locales se resumían a un señor (a la vuelta la cosa sería bien distinta). Estos hombres se saben el cuento a la perfección: blanco + mochila = Lancha = Colaboración "voluntaria".

Nosotros tuvimos suerte y el señor que nos acompañó nos soluciono la mañana. Llegamos a las 12:45 y la lancha salia a la una. Así que en nada, el señor nos consiguió un taxi barato, nos ayudo a comprar el billete de la lancha y casi casi se sube con nosotros a la lancha. Un detalle que uno agradece es que no le pidan a uno la voluntad. Nos habían avisado que había mucho aprovechado en estas situaciones y que lo mejor era preguntar cuanto querían por su ayuda. Este chico nos dijo que la voluntad pero tampoco la reclamo. No obstante le retribuimos generosamente por que sin su ayuda no hubiésemos muerto de risa durante 3 horas en el muelle. Con gente así da gusto.

Las lanchas recuerdan a los tristemente famosos cayucos de España. Con dos motores el chisme coge una velocidad curiosa y los saltos son de pensar que va a partir la lancha.

¡Qué nos embarcan con la comida!
Piratas del Pacifico
El océano este no tiene nada de Pacifico (vaya brincos, colega), pero sus orillas sí. Desde la lancha uno va divisando toda la costa y es de sacar fotos durante horas. Pero con lo que saltaba había miedo de que le pasase algo a la cámara. El que quiera ver 30 pelícanos en un árbol que se venga a Buenaventura.

La lancha te deja en Juanchaco y hay si que uno sufre el asalto de verdad. No ha llegado la lancha al muelle y este ya está lleno de gente a punto de saltar a la lancha para anticiparse al resto a la caza del cliente. El conductor se pone histérico gritando aquello de "que nadie entre a la lancha, que nadie entre a la lancha" pero da igual. Ya ahí uno dentro, otro ayudando a sacar maletas, otro repartiendo tarjetas de su cabaña. De locos. La instrucción es clara: coge las cosas y huye a la orilla. Ya en Juanchaco la primera sorpresa: aquello no es lo que imaginábamos.

En Bahía Málaga hay tres lugares para visitar: Juanchacho, Ladrilleros y La Barra. Según avanza uno la cosa se vuelve menos turística. Juanchaco tiene hoteles, cabañas, restaurantes y hasta alguna disco. Por como nos lo habían descrito pensábamos en algo más macro (no en un Benidorm, claro está) pero si algo más de cemento. Pero nada de nada, todo de madera y negocios familiares. Un hombre se puso a hablarnos y comenzamos a hablar con él y nos pusimos a caminar y el con nosotros. Nadie le había pedido nada pero el hombre nos acompañaba y hablaba sobre la zona. Mediante indirectas (tranquilo que ya nos las apañamos, si es siguiendo este camino no hace falta que nos acompañes, ... ) le invitamos a que buscase a otros clientes que necesitasen su "ayuda" pero nos decía que no había problema que el lo hacía porque le gustaba y demás. 

¿Qué pasa? Que con la experiencia del hombre de Buenaventura uno intenta creer en la buena fe de estas personas que se ganan la vida con el turismo y tampoco se pone más pesado con el señor de Juanchaco.  El hombre nos acompaño hasta la casa de doña Oralia, de la que teníamos referencias para dormir. 

Doña Oralia es una señor muy amable que vive en su humilde y pequeña casa con su familia. Su sustento depende de una serie de cabañas para que los turistas duerman en la playa. Y cuando digo cabañas, digo cabañas como las de jardín norteamericano encima de un árbol. Tablas de madera clavadas entre si.  No están nada mal, hasta que uno oye el precio. Seguro que por oferta y demanda se pueden permitir pedir esos precios, pero para nada se corresponde con la calidad del lugar.
Mientras discutíamos esos detalles, el hombre que nos había acompañado esperaba sentado con cierto nerviosismo. Ya nos olíamos que íbamos a tener que pagar por una ayuda que no habíamos pedido, pero bueno... El caso es que el tipo habla de una voluntad con tarifa. Nos pidió un dinero que para nada nos pareció partiendo de que nadie le había pedido ayuda. Le ofrecimos un poco menos y el tío emperrado en su tarifa establecida. El caso es que no teníamos suelto para pagarle y le dijimos que eso o nada. Cogió la plata y le pidió a la señora de la casa lo que completaba su precio y nos dijo sin inmutarse " recuerden que se quedan a deber plata a la señora". ¡ACOJONANTE!.

Las vistas desde la cabaña
¿A qué no tengo cara de estar harto de pagar?
El mosqueo por el tipo ya era grande, creció al ver lo caro que iba a salir vivir ahí y cuando vimos la playa la cosa no fue a mejor. No es que este mal. Tiene su encanto, pero no es la imagen que uno tiene en la mente. Aquí ya empezamos a ver que quizás había demasiadas expectativas puestas en este viaje. La imagen general era la de cuando un tsunami arrasa una costa. Ramas, suciedad, estructuras a medio terminar o medio abandonadas.

Ya ha pasado el tsunami
Bienvenidos
Siguiendo el camino uno llega al "pueblo"
El día se iba terminando y el mal tiempo empezaba a enseñar los dientes. Habíamos gastado en medio día más que en dos días en otros destinos, y este iba a ser un destino barato. Era jueves y pensábamos volver el domingo. Siendo completamente insostenible y teniendo en cuenta que no nos estaba gustando tanto, decidimos que el día siguiente nos íbamos, pensando en aprovechar para visitar Cali. Pusimos buena cara al mal tiempo (al literal y al figurado) y nos dimos un bañito en las agua "pacíficas". Por lo menos tachábamos de la lista una de las cosas pendientes en la experiencia colombiana: visitar un nuevo océano.

Cenamos  un rico pargo rojo cocinado por Doña Oralia y nos fuimos a dormir pronto porque el viernes apuntaba a ser cañero.

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Lo de dormir fue una forma de hablar. Durante la noche cayó la madre de todas las tormentas. Los truenos, relámpagos y la lluvia nos tuvieron alerta toda la noche. Uno pensaba que en cualquier momento podía entrar un rayo por la ventana, como podía partir la cabaña por la mitad. Con peor cara de la prevista nos bajamos a desayunar y tirar las ultimas fotos de la zona.

El desayuno del guerrero
Estos también se pegan una vuelta en busca del desayuno
Casa familiar y las cabañas
Embarcación típica de La Barra
La mar está un poco cabreada
Vista genera de la zona
¿Están a medio hacer o a medio abandonar?
Por si no habíamos tenido poco con la noche, a la hora de pagar la señora se hizo un lío. Empezó a liarla con cambios e historias y creemos que terminó por cobrarnos de más. Con la mochila hecha y la cabeza pensando en el viaje que nos quedaba por delante, la cosa se complicó. Al salir no llovía, luego chispeo, más tarde llovió y cuando estábamos en Ladrilleros el cielo se nos cayó encima. Nosotros inundados, las mochilas protegidas como se podía y debatiendo si calzarnos o no. El plan de ir a Cali se caía por si solo. Solo queríamos llegar a un lugar seco para cambiarnos de ropa y llegar a Buga. La lluvia caía tan dura que no creíamos ni que llegásemos a la lancha de las once de la mañana. Y entonces apareció la salvación y el que posiblemente fue el momento más divertido del fin de semana. Un chaval en moto nos hizo una señas y nos dijo ¿Juanchaco? Le dijimos que si y preguntamos que por cuanto. Él y un compañero suyo nos llevaron en moto mientras nos terminábamos de inundar con una sonrisa en la boca. Ese paisaje se veía distinto sobre ruedas, así que disfrutamos de aquellos minutos al máximo. Una vez en Juanchaco, sorpresa! La lancha de las once se retrasaba por el mal tiempo hasta la una. Así que teníamos dos horas de espera en el puerto. Por lo menos sacamos unas buenas imágenes en la espera y confirmamos algunas reflexiones sobre la vida allí que nos guardamos para nosotros.

Parece que va a llover
"Al mal tiempo, buena cara" en una imagen. Brutal.
Muy divertido ver a los niños del pueblo luchar entre ellos por diversión, revolcándose en el barro y la lluvia. Y a partir de aquí no hay mucha más historia. Un viaje rápido en lancha y otro más lento en autobús hasta casa.

Las conclusiones de esta salida son duras, ya que las actitudes negativas de unos pocos posiblemente hayan eclipsado las positivas de otras personas. Pero el balance negativo ahí esta y por algo estará ahí. Y creerme, ha sido cosa del mal tiempo ni el dinero. 


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